Una familia visita una casa abierta de apicultura sostenible y descubre, entre muchas otras cosas, que la civilización de los insectos está más y mejor organizada que la de los humanos. Las abejas parecen entender realmente el sentido de comunidad.
“Por medio de la colmena el Cosmos entra en el hombre y le hace fuerte y capaz”.
Rudolph Steiner

La llegada
Estaciono el auto y escucho el zumbido intenso e intimidante de un enjambre de abejas justo detrás. Advierto a mi familia que tenga cuidado. Me deslizo lentamente y en silencio, como si la delicadeza de mis movimientos garantizara que el enjambre se sentirá respetado y no nos atacará. Río ante mi inocencia, al fin y al cabo a eso habíamos ido, a una casa abierta de apicultura sostenible.
Estábamos en el cantón Mejía, en las faldas del volcán Corazón, dentro de una granja llamada Bee Farm cuyo objetivo no es la sobreexplotación de los productos de la colmena, sino ser un centro de concienciación, rescate y difusión de lo que su directora, Gabriela Romero, conoce como “el llamado de las abejas”.
Ella nos da la bienvenida paseándose entre el zumbido sin miedo ni equipo. “Hola, sigan por favor, ya les alcanzo”, nos dice al apuro, señala el corredor hacia el jardín trasero de la casa y desaparece.
En Bee Farm se extraen, procesan y comercializan todos los productos que este insecto elabora directa e indirectamente, entre los que están: miel, polen, cera, jalea real, propóleo; también manufacturan singularidades como limpiadores de aura, bálsamos, velas o hidromiel, fermento espirituoso conocido por ser la bebida alcohólica más antigua de la humanidad, mencionada por primera vez en los Vedas hinduistas, fechados alrededor de 1500 a. C.
Por el corredor aparecen tres o cuatro perros que se echan panza arriba para que los acariciemos. Mi hijo de siete años juega con ellos, yo regreso unos pasos, el clan familiar no aparece y quiero asegurarme de que todo esté en orden. En el fondo veo a mi hija mayor (es mi hijastra, pero preferimos usar el neologismo seudohija y seudopadre) hincada frente a la enorme tina de plástico que recoge el goteo de una llave de agua mal cerrada.
Me acerco y enseguida vuelve a mi cuerpo un escalofrío producido por el zumbido del enjambre, las abejas revolotean a pocos metros de donde estamos. Varias de ellas se acercan a la tina para hidratarse, pero algunas caen al agua y mueren ahogadas. La seudohija las rescata con un palito que tiende bajo sus piernas y las pone a salvo en sus brazos, yo, con los ojos como platos, le pregunto si no le han picado. La indiferencia con que contesta me hace entender que eso no es lo importante.
Hago un paneo visual y encuentro a seudohijo, hermano de seudohija, ligeramente distante, viendo el enjambre, analizando su patrón de vuelo; parece que el código del mismo está claramente expuesto ante su mirada. Me acerco, el silencio es estimulado por la vibración del sonido, y él me dice que las abejas deben venir de un sector específico que señala con el dedo: “De ley vienen de allá, y están yendo para allá, porque…”, entonces esboza una razón que yo no entiendo, pero que denota su profunda conexión con el momento y su lectura del viento, de la luz y de los estímulos florales que los insectos tienen en la granja.
En el jardín hijo y seudohija continúan jugando y mimando a los perros. De un segundo a otro se desencadena una batalla campal. Hubo ladridos, mordidas, gruñidos, gritos y sangre. Los hijos estaban justo al frente, como queriendo intervenir, y la madre, que reconoce sus intenciones, lo impide con su cuerpo antes de que reaparezca Gabriela, quien da por terminada la guerra territorial.

El saldo es un gran susto y un perro que se mordió su propia lengua; la sangre le salía a borbotones. Gabriela, Gabee, recoge al animal, lo lleva a una bodega y le aplica miel. A los pocos minutos la herida se muestra sorprendentemente cicatrizada.
La directora de la granja aprovecha el momento y nos cuenta otros secretos de la colmena. La miel tiene propiedades antibacteriales y es capaz de regenerar tejidos, por lo que se aplica en quemaduras y heridas abiertas. Los usos de la miel, entonces, van mucho más allá de lo edulcorante. De hecho, Gabee se refiere a la sobreexplotación de colmenas para la producción de miel edulcorante, trata a esta práctica tan común como una barbaridad, y le atribuye una gran cuota desestabilizadora del medioambiente.
Luego de hablar unos minutos acerca de las propiedades de la miel y la alquimia de la colmena, donde transmuta la energía del sol en medicina y alimento, empieza la “casa abierta” y lo primero es una meditación guiada. Su voz y un tambor de metal llamado hang drum conducen la actividad. Nos invita a cerrar los ojos y escucharla en silencio, el propósito es también escuchar nuestra propia respiración.
Hilvana reflexiones sobre el cuerpo con imágenes de una bola de miel que sube y baja por la espina dorsal. Propone conectar con la sensación que deja la energía del sol, que entra por la corona del cráneo y sale por las extremidades inferiores, luego de hacer un trabajo de limpieza. Más allá de cualquier dogmatismo o espiritualidad, la sensación después de hacerlo fue simplemente agradable y por eso necesaria.
En la “casa abierta” se explica el proceso de elaboración de varios productos de la colmena y se exponen datos curiosos sobre los mismos. Gabee nos cuenta que sería posible sobrevivir a cualquier hecatombe mundial solo con polen, porque contiene todos los oligoelementos y minerales que el cuerpo necesita para regularse; también menciona que los egipcios aprendieron a momificar observando cómo las abejas embalsamaban con propóleo a los invasores, como ratones y babosas, de sus colmenas. También habla de apiterapia y masajes con miel aplicada en la espalda para desintoxicar y relajar.
La metáfora de la iluminación

La colmena es un organismo fascinante, su dinámica guarda perfecto sentido, simetría y armonía mediante una sinergia en la que el trabajo de una sostiene la existencia de las demás. Se trata de una sociedad que funciona como metáfora de la utopía humana (este sí que es un modelo exitoso). Sus tareas son específicas y se llevan a cabo desde el compromiso incondicional de cada insecto. Quizá no suene utópico tener que trabajar tanto como una abeja, pues todos soñamos con hacer poco y ganar mucho, pero sí resulta una quimera el hecho de que el bienestar individual garantiza el bienestar grupal.
Las abejas trabajan desde lo más oscuro de la colmena en un tránsito hacia la luz del exterior. Todo empieza en su celda, espacio que limpian al momento de nacer; para esto usan propóleo, un antiséptico natural que elaboran sus hermanas mayores mediante la recolección de resinas de ciertos árboles, mezcladas con la cera que las abejas sudan. Después recorren una serie de trabajos internos, en la tiniebla del panal. Alimentan a sus hermanas, construyen celdas geométricamente precisas y luego pasan a ser guardianas del panal.
En su adolescencia acicalan a las hermanas que están listas para su primer vuelo hacia la luz. Finalmente salen a trabajar y su oficio es fertilizar al planeta volando de flor en flor, en un recorrido de más de trescientos kilómetros diarios, donde polinizan al planeta mediante un acto conocido como pecorear.
Para generar un kilo de miel deben visitar aproximadamente cuatro millones de flores, dentro de una distancia que equivale a cuatro vueltas al planeta. Regresan al panal con información que transmiten a sus hermanas mediante un baile, que es el código de comunicación más reconocido por biólogos y apicultores, y mientras eso sucede la abeja reina sale del panal con el objetivo de procrear.
No está claro si se demora uno o tres días, pero se sabe que su comportamiento es altamente promiscuo debido al llamado vuelo nupcial. Cuando alcanza su edad fértil, la reina sale en un día de sol a copular, se ubica en un lumen, un lugar lumínico que identifica como idóneo para su rito de apareamiento, en el que puede copular con hasta cuarenta zánganos. Vuelve a la colmena y llena de esperma a una cápsula llamada espermateca, donde puede engendrar hasta dos mil huevos diarios.
El mensaje de las abejas
Las abejas han sido el insecto más deificado en la historia. Gabee se refiere a ellas desde un lenguaje un tanto esotérico, dice que son “seres que hablan y se mueven por amor”, que tienen un sistema de comunicación telepática y que incluso usan hologramas para enviar mensajes a la colmena. El mensaje que ella escucha de estos insectos es el de emular su trabajo y generar un sistema simbiótico que procure el bien de todos. “Mi relación con las abejas es sagrada”, dice, y piensa en la reciprocidad y veneración como su dinámica diaria con ellas: “las tengo en un altar, son para mí una deidad, pienso que son proféticas”.
Son bioindicadoras del estado de bosques y ciudades, ya que la estática provocada por su aleteo las impregna no solo del polen con el que cumplen un papel trascendental en el equilibrio ecológico, fertilizando árboles y flores, sino que también se impregnan de agentes tóxicos presentes en las ciudades; esto permite lanzar datos sobre el índice de polución de una urbe, y por lo tanto plantear proyecciones al respecto del futuro del medioambiente. Gabee piensa que son un sistema de compleja tecnología.
En un principio ella pensaba que constituían un organismo autosuficiente, perfecto y poderoso, y por verlas como deidades, creía que no necesitaban de la intervención humana, pero luego empezó a escuchar su mensaje con mayor claridad y atención, y sobre todo, a interpretar las señales; entonces se dio cuenta de que nos necesitan tanto como nosotros a ellas. En la última década ha visto colonias y enjambres enteros desaparecer, principalmente por circunstancias relacionadas al calentamiento global.
Gabee afirma que están muriendo de sed y hambre, y que es vital sembrar plantas con flores melíferas, que son las que usan estos insectos para fabricar miel. Asimismo, es un gran aporte para ellas ponerles fuentes de agua, ya que en su exploración vuelan cientos de kilómetros, y es difícil encontrar dónde hidratarse en las ciudades.
Mientras hablamos, ella mira al cielo, cierra los ojos y sopla con una profunda concentración, luego los abre y ríe, dice que quiere ahuyentar a esas nubes grises que anuncian aguacero, para tener un poco de sol. Continúa: “Las abejas sobreviven de la comunión divina que existe entre las flores y el sol. Sin el suficiente calor, el néctar de las plantas no alcanza a subir a la superficie por la que ellas vuelan”.

Dice que la miel es una sustancia sagrada, porque es la energía del sol condensada en la colmena, luego del enorme recorrido que la abeja hace de planta en planta. Gabee se considera sanadora del cuerpo mediante terapias como el masaje con miel, y también del alma, mediante la observación personal y la relación cósmica que se entabla entre la humanidad y la Tierra.
Más que una bee whisperer, se considera una bee listener. “Las escucho atentamente, oigo que nos piden sembrar plantas como el trébol, llantén, diente de león. Las abejas quieren que las veamos como fueron vistas en la antigüedad, que retomemos la relación holística y de equilibrio con la naturaleza”.
Aún se desconoce mucho del mundo de las abejas, dentro y fuera del panal, pero hay ciertas cosas que es mejor desconocer, pues si ellas supieran que su cuerpo no está diseñado aerodinámicamente para volar, es probable que el mundo fuera ahora un enorme y vasto desierto.