A tiempo

Ilustración: Luis Eduardo Toapanta

“Vivía igual que un cazador
En soledad, sin fe ni amor
Mi presa siempre estaba en otro lado”.
Nacho Vegas

Hay cosas que deseo. Cosas simples: tomar un café y leer un libro con la luz de la tarde, nadar en una piscina, hacer ejercicio por la mañana, ver una película que hace tiempo tengo pendiente, montar bici con mi hijo, escribir algo que me ronda en la cabeza como una mariposa lejana.

He dicho que son cosas simples, pero no por eso dejan de ser complicadas. A veces (o siempre) lo más difícil es lo más simple.

Me sucede que cuando al fin logro vencer la bruma invisible de la cotidianidad y sentarme en una silla sin que me moleste la espalda, beber un café con la justa medida y no demasiado dulce ni demasiado suave, ese momento cuando al fin no suena un mensaje con otra tarea pendiente, cuando al fin abro el libro y me engancho con él al tiempo que bebo bocados de café, me invade una pregunta: ¿No debería estar tomando el sol en el patio? Puedes leer a cualquier hora, me dice una perversa voz interior, pero en la tarde va a llover… Así que dejo el libro, me visto de verano y me siento sobre el césped. Ni bien empiezo a disfrutarlo, llega este otro pensamiento: ¿No debería estar jugando con mi hijo? “Yo tomando el sol y él jugando solo. Mala, mala persona”. Así que regreso a la casa y me siento con él a jugar con sus muñecos. Nos estamos riendo y entonces vuelve la malvada vocecilla: ¿Y el texto?, ¿hasta cuándo lo vas a postergar?

Nunca es suficiente. Siempre será mejor estar en otra parte, siempre habrá un camino que no he tomado y que me llamará incansablemente.

Lo mismo me pasa en las reuniones sociales. Me suele suceder que, en vez de profundizar en una conversación con un solo ser humano, voy saltando por todos los grupitos sin prestar mucha atención a lo que me dicen, sino más bien pendiente de a qué momento emprender el viaje hacia el siguiente grupo. “El mal del hámster”, lo llamaba mi prima, porque este pequeño roedor expresa la angustia de correr y correr sin llegar a ningún lado, moviendo eternamente sus patitas en ese círculo perverso. Una rueda de la fortuna interminable.

Hace poco estuve en una masterclass de guion en la que un script doctor hablaba del tiempo. Decía que la palabra íntimo, en francés, se escribe así intime. La misma que en inglés se puede leer como in time, es decir, estar en el tiempo (a tiempo). Y estar en el tiempo es complicado. La ansiedad no es más que huir del tiempo. Intentar, infructuosamente, escapar de las garras de Cronos. Sin embargo, solo en esa fuga nace el deseo.

De niña llenaba mis cuadernos de matemáticas de dibujos y, en la clase de arte, escribía cuentos. De grande, escribía guiones en las reuniones de oficina y escribía poemas en las clases de guion. Roberto Bolaño decía que para escribir un cuento hay que escribir diez más, todos al mismo tiempo. Estoy de acuerdo porque, al menos en mi caso, seguro el cuento número uno me dará pistas para escribir el número dos, y el tres me dará pistas para escribir el cinco y el cinco para el siete y el siete para el dos, y viceversa.

Atención dispersa, dirán, pero también es el arte de encontrar flores en las nubes y letras en el asfalto. El punto sería obviar la ansiedad, gozar de esta extraña ubicuidad o maravillosa virtud, en algo defectuosa, de estar en dos lugares a la vez.

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