Por Rafael Lugo.
Ilustración: Tito Martínez.
Edición 449 – octubre 2019.
Aunque parezca, a primera vista, que voy a usar este espacio para denigrar algunas ideas, en realidad quiero denigrar a algunas personas.
Mentira, las personas tienen derechos, las ideas no. Las primeras están protegidas por normas y las segundas se deben, por obligación, revisar, criticar, caricaturizar y mejorar. Pero siempre es mejor saber quiénes somos, antes de defender o atacar cualquier idea.
Lo que realmente deseo es entender por qué comprendemos ciertas cosas de una manera determinada cuando hay gente (a veces más inteligente que uno) que las ve tan distinto. Por qué si, por ejemplo, el Dios de los católicos es uno igual para todos quienes creen en Él, y su definición está muy clara, resulta que es una idea que se aplica y profesa dependiendo del creyente de turno.
Pese a que entre los dogmas de esa creencia está que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, la evidencia demuestra que la cosa es directamente inversa. El que cree tiene su propia versión de su deidad: un dios a SU imagen y semejanza.
Además de los millones de ejemplos pequeños que podemos ver a diario en cuanto a cómo la gente utiliza a su Dios para apuntalar sus acciones y pensamientos, quiero traer a ustedes dos ejemplos grandotes que abrazan a dos países católicos completos.
Irlanda, la República de Irlanda, que no es la del norte, sino la del sur. Y la República del Ecuador, que es del norte y del sur porque estamos atravesados por nuestro propio nombre.
Estos dos países tienes cosas en común: tienen una mayoría de habitantes católicos, y con el cachete colorado como pastor de cuyes.
En 2012 el 92 % de los ciudadanos irlandeses se declararon cristianos y de estos el 88% dijeron ser católicos. Este dato se obtuvo en el Eurobarómetro de 2012.
También en el año 2012 los ecuatorianos (luego de brindarles un juguito) respondimos a los enviados por el Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos (INEC), que el 80,40 % de nosotros era católico.
Es de esperarse entonces que las enormes mayorías de estas dos naciones, tan lejanas geográficamente, pero tan unidas por la Biblia (que es la única y verdadera, sin importar el idioma en que esté traducida), tengan idénticos criterios con relación a lo que está bien y lo que está mal a los ojos de Dios en lo relativo a todo, y en especial en lo referente al asunto sexual.
Hace poco la Corte Constitucional del Ecuador aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, y un grupo enorme de creyentes de esta fe saltó como si hubieran pisado caca descalzos y nos anunciaron que próximamente recibiremos un castigo igualito al de las ciudades de Gomorra y Sodoma. Hay tantos de estos que hasta algunos políticos (los peores entre los malos), que antes no hablaban tanto de diosito, ahora dan misa y se han abalanzado en pos de esos votos como si fueran dólares. Según estos creyentes, la familia solo puede ser aquella creada por Dios en el Génesis, y cualquier otra cosa es asunto del diablo y su culebra.
Pero en mayo de 2015 la República de Irlanda, con todo y su 88% de católicos votó mayoritariamente a favor del matrimonio entre personas sin distinción de su sexo, en un referendo nacional.
Lo encuentro muy interesante, pues la idea de Dios y sus mandatos es un absoluto que no es otra cosa que la suma de millones de relatividades. Esto nos pasa con cualquier entelequia o con cualquier ideal, pasando por la democracia, el matrimonio o la libertad. Pero creo que este hecho, en lugar de dividirnos más, nos puede ayudar a entendernos mejor, pues al final hay toda una historia atrás de cada ser humano y sus creencias.
Y antes de pensar que lo que creemos es la única verdad, bien nos haría saber quién mismo somos y por qué creemos en lo que creemos.