
En el año 1873 se inició en Quito la construcción del Observatorio Astronómico en el paseo de La Alameda. Será el primer edificio diseñado para una función científica y, 150 años después, sigue siendo uno de los pocos edificios con estas características.
Fotografías: Archivo Alfonso Ortiz Crespo y Observatorio Astronómico de Quito.
La idea inicial

En los primeros meses de su mandato, el presidente Gabriel García Moreno decía en carta del 22 de junio de 1861 al doctor Antonio Flores Jijón, ministro del Ecuador en Francia, que consideraba necesario construir un observatorio astronómico en Quito. A través de este proyecto se harían grandes contribuciones a la ciencia, tanto por su cercanía a la línea equinoccial y la altitud del terreno como por la relativa facilidad de acceso de esta ciudad en comparación con otros puntos de la zona ecuatorial de la Tierra.
Consideraba necesario asociar al Gobierno francés para crearlo y así garantizar su estabilidad y conservación. Francia debía proporcionar el instrumental y los expertos, y a cambio, ofrecía construir el edificio y sufragar la mitad de los sueldos del personal y su mantenimiento.
Añadía que los científicos que vinieran también podían ocuparse de rectificar las medidas de la misión geodésica que llegó en 1736, pues estaba convencido de que sus operaciones fueron inexactas. Solicitaba a Flores que buscara en París a sus antiguos profesores para que impulsaran el proyecto en la corte imperial. Pero la propuesta no fue aprobada.
Un observatorio meteorológico
Ya en 1864, por iniciativa de García Moreno, se había instalado sobre la torre colapsada del templo de los jesuitas una estación meteorológica.
En 1869 el presidente decidió establecer la Politécnica, la cual empezó a funcionar en octubre de 1870. Ahí se ampliaron las investigaciones a la astronomía, con un observatorio provisional en una torre giratoria de madera.
El Observatorio Astronómico
En 1872 García Moreno decidió que el país afrontaría solo la titánica tarea de construir un observatorio astronómico, al cual equiparía con los mejores aparatos.
El responsable de la planificación y la edificación, así como de la selección de los instrumentos en Alemania, fue el sacerdote Juan Bautista Menten, decano de la Facultad de Ciencias de la Politécnica, discípulo del célebre astrónomo Friedrich Argelander y quien, a mediados de la década de 1840, había sido el mentalizador y constructor del observatorio astronómico de Bonn.
Menten cuenta que la elección del sitio tenía que ser muy estudiada, pues se trataba de una obra importante y costosa. El observatorio no podía levantarse en la ciudad, por la obstrucción visual de los edificios y su deprimida posición rodeada de montañas, por lo cual Menten realizó varias excursiones en los alrededores.
La primera opción fue la cima de El Panecillo, doscientos metros más alta que la ciudad. Varios inconvenientes lo hicieron desistir. El más importante fue la rápida y continua formación de nieblas que impedían hacer observaciones con comodidad. A esto se añadía el horizonte cerrado al norte y occidente por el Pichincha que se eleva casi mil metros más. Y, por último, la ausencia de una vía adecuada que permitiera llevar los materiales de construcción hasta la cúspide y que facilitara la comunicación del observatorio con la ciudad. Solamente dos décadas después se construyó el camino carrozable que se utiliza hasta hoy.
Después de los recorridos de Menten, el lugar elegido fue La Alameda por su cercanía a la ciudad, fácil acceso y vista libre de edificios. Si bien se mantenía el obstáculo insalvable del Pichincha y el horizonte se cerraba un tanto al sur por el Itchimbía, en cambio se abría hacia el oriente y el norte.
El plano del observatorio
Para disponer el plano del edificio Menten tomó lo que mejor convenía de diferentes observatorios europeos, especialmente del de Bonn, que lo conocía perfectamente. La construcción avanzó lentamente, pero ya en 1877 consideró que era capaz de albergar los importantes instrumentos fabricados expresamente para él y que llegaron de Alemania junto con el técnico que los armó.

El edificio tiene forma de cruz con sus brazos orientados a los puntos cardinales, articulados a un amplio crucero octogonal. En el centro se eleva una sólida base cilíndrica que soporta la alta y amplia torre giratoria fabricada en Núremberg en 1875, con armadura de perfiles de hierro y paredes de chapa metálica corrugada. Dicha torre tiene mecanismos de rotación y apertura para las observaciones con el gran telescopio ecuatorial de Merz de nueve pulgadas.
En la gran columna central se encuentra empotrada una lápida en mármol con una extensa inscripción que data de 1743, con las principales observaciones y resultados de las operaciones de la Misión Geodésica de la Academia de Ciencias de París. La losa se encontraba originalmente en el edificio de la Universidad de San Gregorio, junto a la iglesia de los jesuitas, y se la trasladó al levantar el observatorio.

En el jardín que lo rodea se encuentra otra pieza histórica notable: la piedra en la cual se grabó la inscripción latina que recordaba los trabajos de la primera expedición geodésica francesa, originalmente empotrada en la pirámide de Oyambaro. Esta piedra fue retirada de la pirámide y a finales del siglo XIX el escalador Edward Whymper la encontró convertida en montadero y piedra de lavar. Prácticamente borrada, se la trasladó al observatorio.
Después de García Moreno
Los problemas derivados del asesinato de García Moreno en 1875 y la dictadura de Veintimilla impidieron que Menten concluyera la obra y propiciaron que dejara su dirección en 1883. Solamente en 1887 se nombró director al astrónomo alemán Guillermo Wickmann, quien empezó la reconstrucción del edificio y las reparaciones del instrumental. Así adquirió nuevos aparatos y reinició registros meteorológicos sistemáticos. El observatorio de reinauguró en 1892.
El cañón del mediodía y un lente rayado
A Wickmann se debe la instalación de relojes eléctricos públicos en la ciudad y el servicio del cañonazo que señalaba el mediodía, desde una pequeña garita construida en 1892 a las faldas de El Panecillo en la dirección de la calle García Moreno, que se disparaba gracias a un impulso eléctrico que partía del observatorio a la hora meridiana.
Por esas mismas épocas un señorito quiteño, que presumía de su anillo de diamante, apostó a sus amigotes, para demostrar su legitimidad, que rayaría, como estúpidamente lo hizo, el lente del telescopio ecuatorial de Merz, que había sido desmontado para su mantenimiento. Después de este acto vandálico el lente debió ser enviado a Alemania, probablemente para reemplazarlo, con el consiguiente gasto de tiempo y dinero.
La segunda misión francesa
Cuarenta años después de la propuesta de revisar las medidas geodésicas del siglo XVIII, llegó al Ecuador una misión del ejército galo. Tenía como jefe al comandante Bourgeois y entre sus miembros al astrónomo Françoise Gonnessiat, quien se desempeñaría por pedido del general Eloy Alfaro como director del observatorio hasta 1906. Las nuevas mediciones dieron la razón a García Moreno.

La ausencia de políticas públicas para el fomento de la ciencia y los vaivenes políticos condujeron a la inestabilidad administrativa. Solamente con la adscripción del observatorio a la Escuela Politécnica Nacional en 1964 se consiguió seguridad. Pero la obsolescencia de los aparatos, la contaminación del aire, la polución lumínica y las vibraciones del tránsito vehicular conspiraron contra este espacio.
Hace cuarenta años, el Consejo Provincial de Pichincha donó a la Politécnica Nacional tres hectáreas en el parque Jerusalén para que se construyera un nuevo observatorio; sin embargo, nada se ha podido hacer.
En 2009, con una inversión de 700 000 dólares, el Fonsal intervino saneando humedades y reforzando su estructura. Conservó y restauró muchísimos instrumentos científicos y los dispuso, con el apoyo del personal técnico del observatorio, de manera didáctica para su exhibición, manteniendo programas educativos y observaciones nocturnas dirigidas al público.
El observatorio y su antiguo instrumental constituyen el monumento más importante del desarrollo de las ciencias en el Ecuador.
El presidente con mejor formación científica
Con frecuencia, la pasión política ha llevado en el Ecuador a desconocer los méritos objetivos de los presidentes, y aquel a quien con mayor pasión se juzga y menos se conoce es a Gabriel García Moreno. Quien, a más de ser abogado, tuvo una excelente formación científica y siempre mostró, incluso en el ejercicio del Gobierno, un gran amor por la ciencia.
Siendo adolescente, se trasladó de su natal Guayaquil a estudiar en Quito. Tras perfeccionarse en Humanidades, obtuvo una beca del Gobierno de Vicente Rocafuerte para estudiar Matemáticas y Ciencias Naturales, a cambio de enseñar gramática a quienes empezaban sus carreras. Se graduó de doctor en Jurisprudencia a los veintitrés años y de abogado a los veintisiete.
En 1844, cuando el ingeniero lorenés Sebastián Wisse abrió sus clases, se matriculó y estudió Matemáticas durante un año. Además, acompañó a su maestro en diversas exploraciones, como al cráter del Pichincha y al Sangay.
En 1849 viajó a Europa y realizó observaciones y cursos cortos. En 1855, desterrado por el presidente Urvina, volvió a Francia y al Conservatoire National des Arts et Métiers bajo la tutela del sabio Jean-Baptiste Boussingault, quien conocía el Ecuador y había colaborado con Simón Bolívar.
Estudió Geología y progresó tan rápido que fue aceptado en la Sociedad Geológica de Francia. También se formó en química, física y se perfeccionó en matemáticas superiores. Era un lector voraz; hablaba francés, inglés, italiano y alemán.
Al llegar al poder tenía muchos proyectos para reorganizar el país que estaba sumido en el desorden. Uno de los más importantes fue la reforma del sistema educativo y la ampliación de su cobertura. Su plan de Gobierno incluía la realización de obras públicas: carreteras, ferrocarriles, nueva infraestructura para la administración y para la enseñanza, equipamiento urbano, etc.
Para enfrentar estas tareas se vio obligado a contratar técnicos fuera del país, sobre todo en Europa. Uno de los primeros enrolados en París, en 1861, fue su antiguo maestro Sebastián Wisse, a quien encomendaría la construcción de la carretera entre la capital y Guayaquil. Otros técnicos notables fueron Thomas Reed, arquitecto de la nación entre 1861 y 1874, y Francis Schmidt, quien diseñaría más tarde el Teatro Nacional Sucre.